En "Chicos de Varsovia", Ana Wajszczuk habla sobre antepasados familiares que murieron en combate pero también sobre uno de los acontecimientos más violentos y olvidados de la Segunda Guerra Mundial, el Levantamiento de Varsovia.
por Paola Galano
@paolagalano
En “Chicos de Varsovia“, la escritora y periodista Ana Wajszczuk reconstruye el Levantamiento de Varsovia, un episodio olvidado de la Segunda Guerra Mundial que protagonizaron hombres y mujeres jóvenes contra la invasión nazi que sufrió Polonia en 1939. A través de un viaje a la capital polaca, que realiza en 2015 junto a su padre, la autora se adentra en la historia de ese hecho: la búsqueda estará centrada en los familiares que participaron y en cómo se tejió una red clandestina, que permitió el funcionamiento de un Estado polaco, que tuvo su ejército y un sistema de enseñanza paralelo al impuesto por los alemanes.
Así construye un relato entre privado e histórico, que va y viene en el tiempo, que se complementa con testimonios de ex insurgentes y que informa sobre uno de los acontecimientos más violentos del siglo XX: arrojó doscientos mil muertos.
“El libro habla de una búsqueda, la del pasado (propio y colectivo) que en un punto es una búsqueda imposible porque todo pasado es un relato y como tal, una ficción”, reconoce la autora a LA CAPITAL. E indica que la atracción de la historia está en la casi inexistencia de libros en castellano que cuenten esa parte de la historia de Polonia. “Definitivamente ninguno lo cuenta desde la perspectiva de una tercera generación que mira su pasado desde el otro lado del mundo”.
“Historia muy genuina”
Junto a papá, que se entusiasmó por volver a Polonia a conocer una parte de la historia de su patria perdida, y con la ayuda de un tío que los guió, Wajszczuk se encontró con personas relacionadas con su familia y con el Levantamiento y entrevistó “a gente del Museo del Levantamiento, ex insurgentes, familiares, periodistas, sociólogos, cineastas que habían tratado el tema”, asegura y cuenta por qué el hecho pasó al olvido tras el fin de la guerra y con una Polonia ya insertada en el régimen comunista.
Con el patriotismo que despertaba el Levantamiento “a Stalin no le convenía que la historia se propagara”, sigue. “Los años de miedo y cuidado bajo el régimen comunista hicieron que recién después de 1990 se desclasificaran archivos y muchos ex insurgentes se animaran a escribir sus memorias. Tampoco a los Aliados les convenía hablar de una historia donde su papel es, como mínimo, controversial”, agrega.
– ¿En qué medida motivó este libro la necesidad de encontrar respuestas en torno a tu identidad?
– No sé si fue algo consciente en torno a mi identidad, aunque luego me di cuenta de que el libro sí me permitía, de alguna manera, atar lazos simbólicos con el pasado y con esos abuelos que de chica eran un misterio para mí. El libro, como muchas veces pasa, surgió años antes de ser siquiera una idea. Cuando un primo de mi abuelo, Waldemar, contactó a mi familia por su proyecto de árbol genealógico y, al entrar en la web y ver ese árbol -ya muy armado- encontré tantas historias de mis ancestros que no conocía, el primer impulso fue escribir un libro de poemas. El libro de los polacos se publicó en España en 2004 (había ganado un concurso con jurados como Luis García Montero) y creí que el tema se había cerrado. Diez años después, leyendo Varsovia 1944 de Norman Davies me fascinó la historia del Levantamiento donde habían luchado y muerto tres primos de mi abuelo, muy jóvenes, hermanos entre sí. Me pareció que los 70 años del Levantamiento, que se conmemoraban ese año, era una oportunidad para que una nota le interesara a un medio argentino. Fue así como busqué y encontré a algunos sobrevivientes de Varsovia que vivían en la Argentina y la nota fue tapa de la revista dominical de La Nación. Pero por cuestiones de espacio, tuve que dejar fuera la historia familiar. Y ahí surgió la idea de escribir un libro, contando la historia de mi familia y de esos sobrevivientes.
– La Segunda Guerra Mundial y la llegada de los inmigrantes europeos a Argentina se construyeron como relatos atractivos, al que siempre apelan el cine y la ficción literaria, ¿temiste en algún momento caer en un lugar común?
– La verdad que no en el sentido en que lo planteás. Era una historia muy genuina, con una motivación genuina, muy personal en un punto pero que podía lograr una identificación universal y eso siempre, en la no ficción, es un punto a favor. Poner el viaje con mi padre como hilo conductor de todo el relato, nuestros descubrimientos y nuestras fallas en encontrar ese pasado, me permitía pasar de lo particular a lo universal: todos somos hijos, a todos en algún momento nos interesa la historia de nuestro origen. Y también, al ser una historia tan lejana y casi no contada en español, esa extrañeza con el lenguaje, el idioma, los hechos me parecía que me ponía en la misma situación de extrañeza del lector, lo podía acompañar a sumergirse en esta historia.
– Justamente, el idioma polaco juega en la historia como un terreno a descifrar, cómo un código que tenés que desentrañar, incluso para tu papá.
– Sí, puede verse de esa manera. Es un vínculo además con el pasado, tan misterioso como el pasado mismo.
– ¿Qué rol juega la memoria y el recuerdo del levantamiento en la en la configuración de la Polonia actual, más allá del 1 de agosto? Cómo viven el levantamiento las nuevas generaciones?
– Lo que sucedió con el Levantamiento es que fue un movimiento nacionalista y patriótico: nada más peligroso después de la guerra para Stalin, que se quedó finalmente con un tercio del país y además manejó Polonia detrás de escena. El AK era el Ejército polaco: literalmente, su enemigo. Por eso los persiguió, los deportó y los asesinó (a los ex insurgentes). Hacia fines de los años 50 -muerto el perro…- esta persecución se suavizó y con el tiempo, si bien los servicios secretos seguían con un ojo sobre los ex insurgentes, el discurso mutó a honrar a los jóvenes que habían entregado su vida pero condenar la “locura criminal” de sus comandantes. Pero cuando cayó el comunismo, ahí empezaron a proliferar las memorias, los testimonios, se desclasificaron archivos y el Levantamiento, su recuerdo, pasó a ocupar un lugar destacado también en la agenda política, especialmente a partir de 2004 con la creación del Museo del Levantamiento de Varsovia. La discusión sobre si el Levantamiento estuvo bien o mal sigue hoy en día y podríamos decir que quienes hoy critican al Levantamiento son personas más de izquierda (lo que en Europa se llama “liberales”, no necesariamente defensores del antiguo régimen comunista) y quienes lo defienden sin fisuras son más conservadores, nacionalistas y de derecha. Por eso es también un discurso que le calza como guante al actual gobierno polaco, muy conservador y de derecha, muy exaltador del patriotismo polaco. Las nuevas generaciones, por su lado, en general lo ven con mucho patriotismo y tal vez muy influenciados por el “romanticismo” de la gesta.
En el primer o segundo capítulo del libro se puede ver la opinión de la periodista polaca Aleksandra Lipczak al respecto, es muy interesante.
– ¿Cómo estaba organizado el sistema clandestino de enseñanza, la insurgencia clandestina y el Estado polaco en general? ¿Cómo se las ingeniaban para burlar el control nazi?
– Había un gobierno en el exilio, primero en Francia y luego en Londres, obviamente no reconocido por los nazis, que estaba en relación directa con el Estado clandestino polaco, organizado desde el primer día de la invasión en 1939. El AK era su brazo armado. Estaba constituido de manera jerárquica en un esquema muy estratificado de información y seguimiento, muy bien planeado. Para burlar el control nazi -no siempre posible- el AK se organizaba en células de máximo seis integrantes, que se conocían sólo por seudónimo y tenían innumerables reglas de seguridad.
– ¿Te costó encontrar datos, información en general sobre el levantamiento? Decís en el libro que “la cantidad de insurgentes y todas las cifras que refieren al levantamiento son enormes y poco exactas”.
– Sí, bastante. Sobre todo por la distancia idiomática, que no me permitió leer muchísima cantidad de información escrita en polaco y no traducida. Y después porque como en toda gesta tan trágica y ocurrida tanto tiempo atrás, los testimonios cambian mucho y los datos se van perdiendo.
– ¿Vencer era posible? ¿O era una utopía?
– Es muy difícil opinar sobre decisiones militares de hace casi un siglo atrás, nuestro contexto es muy diferente. Particularmente pienso que fue algo medio kamikaze, pero creo que militarmente es, como dije antes, muy difícil juzgar con lo que sabemos hoy sobre los hechos. Los comandantes del Levantamiento, por ejemplo, no sabían que el reparto de Polonia ya estaba decidido por Roosevelt, Churchill y Stalin en la Conferencia de Teherán de 1943. La sensación al menos entre los ex insurgentes es que fueron abandonados por los Aliados y también por los soviéticos (los aliados de sus aliados), y que con su ayuda podrían haber ganado. Hubo tal vez exceso de confianza y subestimación del enemigo por parte de los oficiales y militares de carrera que los comandaron: había señales claras de que los Aliados no los iban a ayudar y de que Stalin menos. Pero es muy fácil juzgar, con el diario del lunes y en un mundo hiperconectado, a una guerra que sucedió casi un siglo atrás. En términos de política internacional, los Aliados sacrificaron Polonia para contentar a Stalin; necesitaban al Ejército Rojo como al agua para ganar la guerra. Así Polonia pasó de ser, como escribe la historiadora Halik Kochanski, de “primer aliado” -porque Polonia contribuyó enormemente con todos los aliados, especialmente con Gran Bretaña- a “aliado incómodo”.
– ¿Qué rol tuvieron las mujeres en el levantamiento?
– Un rol muy importante: aproximadamente el quince por ciento de las insurgentes fueron mujeres muy jóvenes, que se ocupaban desde enfermería hasta mensajería, pasando algunas también por combatir armas en mano. Es un fenómeno que no había existido antes y que apareció en la Segunda Guerra en gran magnitud, también en otros ejércitos. Cuando capitula el AK, los insurgentes ya tenían rango de combatientes reconocidos por los ejércitos en pugna, y los alemanes ofrecieron a las mujeres a renunciar a ese status y compartir la suerte de los civiles (expulsión de Varsovia y su reasentamiento en otros sitios de Polonia, aunque muchas veces eran enviados como trabajadores esclavos al Reich o directamente a campos de concentración). La mayoría de ellas se negó y fueron enviadas al campo de prisioneros de Oberlangen, cerca de la frontera entre Alemania y Holanda, en lo que resultó ser el primer campo de prisioneras de guerra mujeres de la historia.